LA NECRÓPOLIS IBÉRICA

El hecho de que se encontraran en nuestra localidad tres esculturas, dos esfinges y un toro, de época ibérica (hace más de 5.000 años), es una prueba indiscutible de que en nuestras tierras habitaron los íberos.

Las esculturas ibéricas a que nos hemos referido anteriormente fueron encontradas en unos terrenos, los cuáles ahora están incluidos en lo que es el casco urbano de Agost, un paraje conocido como el "Camp de l'Escultor". Fue en el año de 1.893 cuando a raíz de unas obras, que en una casa de dicho paraje se estaban efectuando, aparecieron dichas esculturas. No vamos a entrar ahora en un análisis, desde el punto de vista artístico, de las esculturas allí encontradas, pero sí que ello nos va a permitir afirmar que en Agost hubo una necrópolis ibérica.

En primer lugar, hay que aclarar que el término necrópolis significa cementerio, es decir, que el "Camp de l'Escultor" fue en época ibérica un lugar de enterramiento de la tribu que en el cerro de la Ermita (en el Castell) tenía su hábitat. No es descabellado suponer que en dicho cerro estuviera emplazado dicho asentamiento si tenemos en cuenta que en otros lugares de Alicante como La Escuera, El Molat, La Albufereta, El Tossal de Manises, etc..., los poblados se encuentran muy cerca geográficamente de sus respectivas necrópolis.

Este tipo de esculturas, que son representaciones de animales fantásticos, eran los protectores de las sepulturas y los guardianes de los muertos que, a modo de antecedente de la tumba y flanqueando su entrada, custodiarían la paz del personaje allí enterrado y ayudarían a transportarlo al mundo de ultratumba. 

Esfinge
Este tipo de esculturas solían colocarlas en las tumbas de los personajes más destacados socialmente, lo que no es de extrañar si consideramos el costo que estas esculturas supondrían y que no estaría al alcance de cualquier miembro de la tribu. Es por ello que este tipo de esculturas funerarias servían como elementos de diferenciación social entre los miembros o personajes más pudientes y el resto de la población.

Los íberos eran un pueblo guerrero y como tales solían enterrar a sus guerreros con sus propias armas. Es por ello que en cualquier tumba ibérica podemos encontrar abundante material bélico que van desde una armadura hasta su falcata (espada), pasando por todo tipo de lanzas, puñales, etc., llegando a enterrar junto a cada uno de los guerreros un total de diez o más armas. Es interesante anotar que solían depositar una especie de carro en las sepulturas de los personajes de más alto rango dentro de su sistema social tribal.

El tamaño de las tumbas variaba en relación con la importancia de la persona allí enterrada, lo cual estaba en proporción de la mayor importancia social más grande es el lugar que ocupa su fosa, quizás esto último fuese debido en parte a que solían enterrar a los personajes más importantes con más cantidad de ajuar funerario. El tamaño de la tumba solía estar alrededor de tres metros de largo por dos metros de ancho.

Ceramica

Entre el ajuar funerario que se encuentra en dichos enterramientos suele abundar la cerámica (platos, páteras, cántaros, crateras, etc.), abundancia de fusayolas, presencia de orfebrería, braseros de bronce, vasitos de vidrio (pasta vítrea) para guardar perfumes, fíbulas, anillos, pendientes, gulas, todo tipo de armas y debajo de éstas el escudo, etc...

Los íberos incineraban a sus muertos y sus cenizas las metían en unas vasijas o urnas, las cuáles depositaban en la tumba junto con todos los elementos funerarios a que hemos hecho mención anteriormente.


El hecho de que la necrópolis esté alejada del poblado se debía a la intención de los íberos de querer separar el mundo de los vivos del de los muertos.

 

En cada tumba solían colocar estelas (columna rota, lápida o pedestal que lleva una inscripción funeraria), debajo de la estela se encontraba enterrada la urna la cual contenía los restos humanos de la cremación. Y parece ser que un principio (siglo V a. d. C.) sólo se enterraban a los personajes más importantes y que con el paso del tiempo (siglo IV a. d. C.) se hizo lo mismo con todos los miembros del poblado, es decir, se democratiza el enterramiento. En ocasiones las fosas las cubrían con cal o argamasa. La orientación de las tumbas es de Este a Oeste, y ello es muy curioso, ya que parece que se establece una analogía con el nacimiento del sol -Este- y su ocaso -Oeste-, como si se quisiese establecer una relación entre el sol como una divinidad y la duración terrena del hombre en la tierra (nace con el sol, muere con el ocaso). Sin embargo es curioso observar como las armas que se enterraban junto al cadáver se disponían en la orientación Norte-Sur, es decir, diametralmente opuestas al cuerpo del fallecido, además algunas armas las hemos encontrado dobladas, no sabemos si debido al efecto del calor desprendido durante la cremación o bien que se hacía ex profeso con tal de que no volviesen a ser utilizadas por otras personas.

Las esculturas (bichas, toros, etc ...) funerarias que colocan alrededor de los enterramientos se ven desde lejos debido a su gran tamaño. La cremación del cadáver se realizaba en el mismo lugar de la sepultura, ya que en el lugar destinado a la tumba del fallecido se excavaba una fosa y en su interior se colocaban los leños y sobre éstos el difunto y a continuación se incineraba el cadáver, posteriormente se recogían sus cenizas y se introducían en una urna la cual se depositaba en dicho lugar rodeada de diversos elementos funerarios, y finalmente se recubría la fosa. El material combustible con el que se llevaba a cabo el acto de la cremación solía ser pino, jara blanca, chopo, retama y plantas olorosas; la pira solía alcanzar una temperatura entre los 700 y 800 grados, y el proceso de la incineración solía durar alrededor de cuatro horas.

Durante la cremación los familiares del fallecido realizaban las libaciones (echar miel, vino, leche, etc... sobre el muerto). Aunque lo más común era que una vez producida la cremación los familiares metiesen los restos en una urna y la enterrasen; también había casos en que después de la incineración se dejaba al difunto sobre la fosa en que una vez quemado era tapado con arcilla; o bien, en otros casos, en que una vez quemado el difunto sus familiares lavan sus restos con agua o vino y después lo entierran.

Aunque en los lugares de enterramiento se suele encontrar tanto cerámica indígena o ibérica como griega, lo más usual es encontrar que las urnas en que se han depositado los restos del fallecido sean de cerámica griega, de mejor calidad que la elaborada aquí por los propios íberos. Las urnas que contenían los restos mortales se solían tapar con una piedra o bien con vasos.

A pesar de que los poblados en donde vivían los íberos estaban rodeados por murallas, no se han encontrado aún restos que presupongan que las necrópolis también fuesen recintos cerrados.

Es una pena que la necrópolis ibérica de nuestro pueblo se encuentre actualmente bajo las cimentaciones de las casas que hay alrededor del Hotel Escultor, ya que de no ser así dispondríamos de una serie de restos arqueológicos de época ibérica de gran riqueza y valor cultural.

 

Fuente: Ajuntament d´Agost

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